Mientras consideraba que “el lenguaje fiscal es insoportable” Ricardo Sáenz presentó el 28 de Noviembre de 2019 su primer libro “Mucho que Contar” con 16 textos.
Hoy continúa escribiendo cuentos por entregas, que publica en su instagram @ri_saenz_ y compartió con Notiredes FIFTY-FIFTY
FIFTY-FIFTY
PRIMERA PARTE
– ¡¿Qué me estás diciendo, Cami?! Estacioné el auto a la vuelta, sobre Méndez de Andes, te avisé esta mañana. Fijate ¿dale?, cada vez que me llevo el auto tenemos la misma historia.
El mensaje de audio sonó alto y claro, habían pasado tres meses desde que todo voló por el aire y Santiago seguía sin comprender muy bien lo que pasaba, sin llegar a creerlo. No se lo podía culpar por eso, venía de un escrupuloso hogar conservador, no era fácil de asimilar, ni mucho menos, de justificar, era lisa y llanamente una traición.
Santiago y Camila se habían casado en 2016, una tarde de primavera en la que una lluvia no pronosticada por el Servicio Meteorológico les arruinó la fiesta en el jardín de un vecino de la madre de Camila en Villa del Parque, que de regalo de boda ponía la casa, la carne y hacía el asado.
Camila era una bióloga marina frustrada que trabajaba de lunes a sábado como encargada de ventas de una maderera en Villa Ortúzar desde el verano del 2013, cuando falleció el padre. Luisa, su mamá, era modista, como las de antes, que probaba y cosía vestidos con la Singer en el comedor del departamento del segundo piso, al lado de la ventana que daba al fondo de un taller mecánico para tener luz natural. Santiago venía de una familia más acomodada y después de algunos años sabáticos como mochilero, había logrado el título de administración de empresas que nunca iba a ejercer. Eso sí, estaba enmarcado y colgado en el pasillo que llevaba al dormitorio, frente a la puerta del baño. Vivían del sueldo de Camila y de algunas changas que hacía él llevando contabilidades que le pasaba el padre, números flacos de pequeños negocios.
SEGUNDA PARTE
-50 y 50, Camila, no podés exigirme que te deje casi todo, no tenés derecho. Me pedís la mitad de nada, ¡¿te das cuenta?! Después de lo que me hiciste, agradecé que no te hago un juicio y me quedo con el auto. Santiago seguía enojado, más allá de los problemas económicos, tenían todo para armar la familia que quería, como había soñado desde la época de carpa y bolsa de dormir en el altiplano, la tierra prometida. Los padres de él siempre salían en ayuda de la pareja y de, alguna manera, las cosas retomaban su rumbo, pero esta vez ellos no podían ayudar en nada.
María era la dueña de la maderera, una mujer de 57 años, altiva, con modales cuidados y un cuerpo de primer premio del concurso de los mejores quirófanos de Buenos Aires. Siempre vestida a la moda, como si tuviera 30 años y usaba un talle menos de corpiño. Ella decía que se había divorciado por causas desconocidas a los 40 y pico, y nadie sabía de la existencia de algún novio o amante, estable o circunstancial, soltero, casado o viudo. La empresa firmó un convenio con un proveedor de Canadá y había que viajar a Toronto para cerrar el negocio y conocer la planta. María le pidió a Camila que la acompañara, que sería una buena oportunidad para ella de ampliar sus conocimientos y progresar en la maderera, que podrían descansar un par de días, que conocerían gente distinta. Camila habló esa noche con su marido y a los dos les pareció una excelente idea, un gesto de generosidad de la dueña, dijo satisfecho Santiago, ninguno de sus clientes podría darle algo así.
TERCERA PARTE
Se alojaron en el Ritz-Carlton de Toronto, Camila no podía creerlo, nunca había estado en un lugar así, trató de disimular su asombro frente a las persianas automáticas. María había reservado dos suites enfrentadas en el mismo piso, la de mejor vista para su empleada predilecta. Llegaron cansadas por el viaje y cenaron algo ligero en el restaurante del hotel. Al día siguiente las llevarían a conocer la planta y el edificio de la empresa, también iban a recorrer el aserradero, que era el más importante del país. Sin duda, un excelente socio para la pujante maderera de Villa Ortúzar. Si lo viera mi padre, pensó María.
Luego del almuerzo en la planta, Allan, uno de los dueños, las dejó en el hotel y les recordó que a las siete y media las pasaba a buscar para cenar junto con su socio, y les dijo que las llevarían al mejor lugar de la ciudad, con cena y show. Les quedaban tres horas libres que invirtieron, divertidas, relajadas y ansiosas por lo que pasaría a la noche, en darse masajes con piedras calientes, nadar en la pileta cubierta y pasar un buen rato en el sauna, pero antes Camila le dio por teléfono a Santiago todos los detalles del lujo que la rodeaba.
Lo que no pudo contarle es que había advertido que María se empeñaba en que la viera desnuda. Será su tema, pensó, después de todo no tiene nada de malo. Por la forma en que miraba y trataba a Allan desde la mañana, lo mismo haría, seguramente, con él, se dijo mientras se secaba el pelo en el baño de mármol de su habitación.
CUARTA PARTE
Robert, el otro socio, quedó al volante de un Audi negro, lustroso y perfumado, mientras Allan les abría la puerta para que subieran. María estaba enfundada en un vestido azul marino, brilloso y excesivamente corto para la ocasión, mientras que Camila llevaba un pantalón negro y una camisa celeste a rayas blancas, sobria y profesional, apropiada para una cena de negocios. Llegaron a un lugar donde les abrió la puerta un portero con galera, una joven que hablaba perfecto inglés y francés les tomó sus abrigos y un maître de smoking negro los condujo a una mesa frente al escenario y los invitó a sentarse haciendo reverencias con estilo, elegancia y refinamiento. Camila volvió a sentir que formaba parte de un cuento, no sabía que daba comienzo una nueva etapa de su vida real.
La cena, regada con tres botellas del mejor Chardonnay, transcurrió con charlas sobre cosas superficiales y aspectos obvios del negocio que los unía, lugares comunes referidos a la vida de las personas y de las empresas. Nada especial. O todo lo esperable que podía ser hasta ese momento. A los postres, con botellas de champagne que ocupaban ahora los baldes de frappe, las intenciones de María con Allan, incluidos cruces de piernas y frases insinuantes, fueron correspondidas con decisión, y la pareja, sin esgrimir excusa alguna, les manifestó que se retiraban y que la cuenta ya estaba paga. Robert se quedaba con la música de blues en vivo, con una Camila que no entendía muy bien la situación y con el Audi negro en la puerta.
QUINTA PARTE
Me llevás al hotel, por favor, me duele la cabeza, no estoy acostumbrada a tomar tanto vino. Habían hablado muy poco entre ellos en la cena y ahora en el auto iban en silencio no tanto por el medio inglés de Camila o el medio español de Robert sino porque no tenían mucho que decirse. Ella imaginó que la comida iba a transcurrir de otra manera, una de tipo cordial y enfocada en el contrato que acababan de firmar ambas empresas, no un encuentro intimista ente dos mujeres y dos hombres. Se consoló con la idea de que no era ella quien se había desubicado, aunque empezaba a pensar que a María nada de esto la preocupaba, en última instancia su jefa era una mujer separada. Te agradezco, nos vemos mañana para ir al aeropuerto, dijo Camila, eyectándose del Audi. Robert manejó despacio hasta su casa mientras pensaba que su amigo era más afortunado con la parte de Villa Ortúzar que le había tocado.
Le golpeó la puerta de la habitación a las siete y veinte de la mañana. El rímel corrido, el vestido desacomodado y una media rota aseguraban que no le había ido nada mal. La imagen le pareció grotesca y a la vez tierna, ¿había hecho ella algo así alguna vez? , ¿por qué no se animó cuando tuvo la ocasión?, ¿y la fiesta de egresados en la que avanzó a un compañero de la otra división para después irse corriendo a su casa sin volver a verlo?, ¿no era lo mismo que había visto hacer, con envidia, a sus amigas del Estanislao Zeballos?, ¿y a Maru, su compañera de segundo año de Biología?, ¿qué habrá sido de ella?, un éxito profesional, seguramente, era de una familia con plata. Sí, sí, María, todo bien, nos cambiamos para ir a la pileta y bajamos a desayunar en media hora.
SEXTA PARTE
Otra vez lo mismo en el vestuario. Camila intentaba mirar para otro lado. Debía reconocer que su jefa, con 26 años más que ella, tenía un cuerpo envidiable. Pensó en las plantas del balcón francés, en cuándo les vencía el alquiler, en Santiago y los problemas económicos, en Santiago y las dudas que le generaba como padre, en ese Santiago sin iniciativa, sin nada que admirar ni que desear. Perdoname, Cami, estuve mal anoche, te dejé… Por favor, María, no tenés que decirme nada… Es que no sé si hice lo correcto, pero hice lo que tenía ganas, se río la maderera en jefe, mientras le giñaba un ojo a su discípula. ¿No pasó nada con Robert? , ¿no se insinuó? Nunca sabremos qué quería él, pero no le di lugar a nada más allá del negocio, dijo con seguridad Camila, y dudó enseguida: no te voy a decir que no era un lindo tipo… Nena, eso se arregla con un llamado de teléfono, con un mensajito, vos sabés cómo son los hombres.
Fue una sensación intensa, nueva y desconcertante, María le hablaba al oído: olvídate de mí, no soy yo, pensá en Robert, en lo que te hubiese gustado hacerle ayer y que él te hiciera, dejate llevar… Ese día a las diez de la mañana no había nadie en la pileta, era la hora en que terminaba el desayuno y los huéspedes se iban a sus reuniones de negocios en Toronto, nada especial. Desde el piso de arriba la recién llegada camarera colombiana distinguió una pareja besándose con pasión, los cuerpos entrelazados, como si nadie más existiera. Gente grande, pensó, y no entendía cómo había mujeres que permitían que sus maridos brindaran esos espectáculos públicos. Y encima en un lugar donde hay niños.
SEPTIMA PARTE
Desembarcó en Ezeiza una Camila distinta, empoderada, más segura de sí y más resuelta para lo que había que hacer. Llegó a su casa una Camila llena de ambivalencias. Pronto descubrió que no era tan sencillo. Santiago tardó unos días en notarlo, su esposa no lo besaba en la boca al llegar, esquivaba la intimidad y dejó de desvestirse delante de él. No pensó que fuera nada grave, ella le decía que volvía muy cansada de la oficina por todo el trabajo que tenía ahora que había ascendido y él le creía, no había motivos para no hacerlo.
No sé cómo decirle, María, lo voy a destrozar. Me siento partida, quiero a Santiago como antes del viaje (o eso me parece, pensó,) pero mi otra mitad está con vos, allá en Toronto y ahora en tu casa. No está nada mal para mí ese 50, Camila, le dijo sonriendo mientras la atraía contra su cuerpo y la besaba. Dejame a tu marido que yo lo arreglo.
Habían pasado el resto del día en la pileta y toda la noche en la cama de la habitación de Camila. Se ducharon juntas y bajaron a desayunar mientras esperaban que el Audi negro con sus nuevos partners las pasara a buscar para llevarlas al aeropuerto.
María nos invitó a cenar el sábado a su casa, pero no tengo ganas de ir. ¿Qué decís, Cami?, se abrumó Santiago, con todo lo que le debemos a esa mujer, hay que pensar en llevarle un buen vino de regalo. Tenemos que ir. María los recibió vestida con una túnica blanca que hacía juego con las telas que colgaban del baldaquino de un camastro situado en una esquina del jardín de la casona de San Isidro.
OCTAVA PARTE
¡Qué suerte que vinieron!, dijo exagerada María. Pasen a la galería que ahora nos servirán la comida que ordené para esta ocasión tan especial. ¿Toman vino o champagne? La casa, rodeada de rejas pintadas de negro, tenía gruesas columnas que enmarcaban la doble puerta de entrada, y había sido construida en 1930 sobre la barranca del río. Santiago nunca había estado en un lugar así, con tanto refinamiento y buen gusto, su esposa tuvo mucha suerte en hacer carrera en la maderera. Aunque en verdad no es suerte, pensó, Cami seguramente se lo merece. Sentémonos acá, corre un lindo aire, estuve toda la tarde tomando sol en la pileta, dijo la dueña de casa, mientras mostraba la marca del bronceado en su hombro bajando el bretel del vestido y Santiago trataba de leer la etiqueta naranja de la botella de champagne.
Después de comer exquisitas degustaciones saladas y dulces, y tomar cuatro botellas de champagne francés, los invitados estaban listos para recostarse con María en el camastro. Vengan acá conmigo (los voy a reconciliar, pero a mi manera), escuchen el sonido del viento, la leve brisa que corre en el jardín y mueve suavemente estas telas, vean que estamos iluminados solo por la luz de aquellas antorchas, déjense llevar por el chill out que sale del equipo de música, no piensen en nada, ni siquiera en ustedes.
NOVENA PARTE
Camila estaba muerta de miedo por lo que iba a pasar, su jefa se había convertido en su dueña, había acaparado su voluntad y su deseo, no podía resistirse aunque le fuera su matrimonio en ello. María los fue atrayendo hacía ella tomando con un brazo a cada uno, los hizo besarse, tocarse suavemente y sacarse parte de la ropa. Los dejó así unos minutos mientras ella también se quitaba su túnica. De repente se metió en el medio de ellos, los besó, los acarició y se entregó a ambos. Santiago reaccionó y se retiró de la escena mientras veía a las dos mujeres absorberse mutuamente. Miró a su mujer y creyó comprender todo.
¡Esperá, Santiago, no te vayas!, dijo la señora de la madera, tenés que entenderla, fijate que yo acepto compartirla con vos, deberías hacer lo mismo y tomar, también, mi otra mitad, y entonces todos a mano, fifty-fifty.