500 PALABRAS SOBRE LA VOZ
Delia Sisro*
Exactamente un mes después de la muerte de mi papá cumplí 38 años. Fue el primer año en mi vida en que no realicé ningún festejo y llegué tarde a mi casa. A pesar de los llamados recibidos en mi celular, encontré varios mensajes en el contestador del teléfono de línea: muchos igual de formales, algunos revelaban la obligatoriedad de aludir a la ausencia de mi papá en ese día, otros aliviados por no haberme encontrado.
Tocaba el botón siguiente, registraba para agradecerles al otro día su llamado y casi de inmediato tocaba borrar. Hubo un último mensaje que no eliminé: era uno viejo que alguna vez me había dejado mi papá, pero que jamás había escuchado antes. O, en todo caso, no recordaba haberlo hecho. Tal vez había sido obra de la maquiavélica y reconfortante memoria selectiva.
Todo era curioso: era el único mensaje no borrado de los tantos anteriores, vaya a saber desde cuándo, y tengo la obsesiva costumbre de borrar con inmediatez. A veces me avergüenza sentir esa felicidad inútil que me dan las listas completas, los trabajos entregados, la bandeja de mails en cero.
La voz de mi papá estaba intacta, el característico tartamudeo, su habitual exceso de silencio entre palabras. Casi no sabía hablar por teléfono, decía que no se entendía bien con los aparatos, sin embargo, su voz estaba ahí.
Hace poco me encontré con una amiga, profesora de la facultad y mientras esperábamos para entrar al aula, fiel a mis modos racionales y sabiendo que la racionalidad no me protegía de una quiebra emocional, le conté ese hecho como una casualidad, como el modo en que el azar interviene en nuestra vida.
Ella me dijo que envidiaba lo que me había pasado, me contó que su mamá había muerto hacía ya unos años, que la extrañaba un poco todo el tiempo, pero que –incluso con pesar- ya se había acostumbrado.
A lo que no podía acostumbrarse y extrañaba por sobre todas las cosas era la voz de su mamá que por más esfuerzos que hiciera, no lograba recordarla.
Podía acordarse de su mamá haciendo muchas cosas y la veía en infinitas escenas, pero siempre estaba en silencio o –peor aún- movía la boca, pero no salía ningún sonido.
El otro día mi hermano me refrescó que recordar, viene de ricordis, que significa volver a pasar por el corazón.
Le mandé un correo a mi amiga y le recomendé –siempre recomiendo libros, sé cuántas emociones despiertan- que leyera Rapsodia Gourmet de Barbery: alguien que sabe que va a morir pronto quiere desesperadamente recordar un aroma.
No sé si ella encontrará el recuerdo de la voz de su madre, no sé siquiera si en caso de encontrarla será en efecto la voz real, ni las cataratas de nostalgias que traerá y acaso no tiene ninguna importancia, solo sé que para encontrar algo hay que estar dispuesto a buscarlo, a explorarse, a recordar y a tener el coraje de volver a pasar todo por el corazón.
*Autora de 500 palabras, Miniaturas literarias.